El voluntariado de autosatisfacción y el activismo instagrameable

En la sociedad de lo positivo, todo aquello que no resulta agradable o cómodo carece de lugar. Las cosas deben ser correctas, limpias, fáciles y, por lo tanto, intrascendentes. El activismo debe generar placer, satisfacción, fotos para Instagram y un extra en la hoja de vida que demuestre cuánto se preocupa uno por los animales, el medio ambiente, el arte o la causa de turno. El activista/voluntario debe ser visible y conocido.

Cuando era joven, creía que la reflexión impulsaba a la acción, y la acción, al cambio. Y que toda lucha importa, por pequeña que sea. Sin embargo, cuando la reflexión es superficial, aparente, y se queda en las formas, no genera ningún cambio. No todas las sumas son positivas. Al contrario, hay movimientos que son trampas que estancan el pensamiento, cerrando toda idea de contradicción, porque es una postura individual que viola su individualidad. En el postmodernismo, las posturas individuales son sagradas y cada cual tiene derecho a pensar lo que quiera, debatir es visto como una ofensa y el colectivo es en realidad muchos individuos con luchas individuales diversas y dispersas. Byung Chul Han (2013) plantea una sociedad que no admite sentimientos negativos, donde la positividad aplana todo y lo convierte en consumo y confort, ¡incluso la inconformidad!

Se exige protestar, pero de manera «bonita». El poder hegemónico dice: protesten, pero sin pintar las calles, sin quemar llantas, en fin, sin incomodar. De esta manera no se interrumpe el café, el desayuno o la lectura en el celular. Se conocen las demandas, sí, pero todo sigue como siempre: el poder permanece cómodo, mirando desde su edificio las locuras de los jóvenes que bien podrían ser sus hijos, por que los activistas y voluntarios de bien protestan pacíficamente, como las personas educadas que son, y solo toca esperar a que se cansen o se les pase. No importa si la gente muere en el sur, lejos de todo, siempre y cuando no se interrumpa el tráfico en San Isidro, que es necesario llegar a las oficinas ministeriales. Los campesinos en lejanas pampas pueden seguir comiendo pescado con mercurio, pero que no se enfríe el café, que hay mucho por hacer. Los bosques pueden seguir quemándose cada año, mientras una ley favorece los monocultivos e incentiva la quema de la selva, pero que no falte la manzana chilena. Los voluntarios van a apagar el fuego en una esquina, sólo para que se prenda en otra, en los Andes o en la selva. Limpiemos las calles, pero traslademos la basura a un valle un poco más allá, para que vaya turisteando en la región. Alguien recoge perros y los alimenta, exigiendo derechos animales mientras pide la extinción de la humanidad y muestra desprecio por los niños pobres que venden en la calle y que no alimentan a sus animales. La mascota es igual al hombre, pero al mismo tiempo se desprecia al ser humano, y se pide que los pobres no tengan hijos, ni mascotas que no puedan mantener, que no hacen diferencia, para ver si así se extinguen de soledad. Cúmulo de hipocresías.

En el colectivismo de autosatisfacción, la contradicción muere en la palabra. No se tolera la incomodidad, porque el voluntario es un héroe y debe ser reconocido como tal. Publica fotos, positivas, bonitas, instantáneas, olvidables en el océano de imágenes en redes sociales. La dialéctica no se tolera, por ser conflictiva, e incluso el estudio debe ser fácil y agradable, sin someterse a duda. Esta positividad acaba convirtiéndose en linealidad y estaticidad. Lo mediático y lo inmediato tienen prioridad en las luchas sociales de sofá y celular. La difusión es útil, la transmisión y replicación de la información también, pero si no moviliza a la gente a la acción en las calles, no tiene impacto. Lo sintomático, como recoger frazadas para los pobres que mueren de frío en las zonas altoandinas, es prioritario porque es urgente, porque es rápido. Y es urgente cada año en la misma época, y cada año se comparten las fotos de los pobres muertos de frío por Facebook, se lleva abrigo en camionetas enormes, se sonríe en la foto y el compasivo donador se siente mejor consigo mismo, mientras comenta cómo contribuye al cambio social al salir de la iglesia. Lo oculto, lo difícil, son los cambios a largo plazo que nadie ve ni recuerda, y que desde los colectivos pocos, o ninguno, logra en vida, tan corta en realidad, pero que gesta las grandes revoluciones. Ese trabajo tan poco glamoroso, malagradecido y sufrido es el menos explorado.

Las ONGs que apoyan y instrumentalizan las luchas sociales también tienen taras similares. En Apurímac hay muchas, pero la mayoría se dedica a recibir cooperación internacional, pagar sus sueldos y trabajar sus proyectos con las mismas diez personas que integran su círculo. Salvo honorables excepciones, que arriesgan incluso a sus cooperantes por las causas en la que creen. Estas organizaciones apenas existen, ya que requieren adecuarse a la agenda internacional de cooperación, con sus metas y objetivos, para sobrevivir. El oenegero positivo utiliza lenguaje inclusivo, políticamente correcto y transige con el gobierno. Apoya las protestas, a la policía, a los ambientalistas, a los emprendores, a los empresarios de USAID o a las mujeres que hagan algo lo que sea, pero sean mujeres difundibles. No tienen más bandera que lo positivo. Dan charlas y corrigen a los pobres ignorantes sobre su uso de lenguaje, como si ellos y ellas tuvieran como prioridad hablarse lindo mientras las siguen violando y los siguen despreciando salvo para quedar bien y pulir sus egos con talleres y conferencias a las que los atraen con un plato de comida gratis.

La sociedad instantánea de las redes nos atrapa, no en apocalípticos e integrados como planteaba Eco, sino empujándonos hacia el facilismo desde todos los sectores, a las buenas o a las malas. ¿A quién no le agrada la comodidad de un teléfono celular? Incluso el más férreo opositor de la tecnología convive con ella por necesidad. Sin embargo, en este facilismo reside la trampa de la inutilidad y la debilidad. Las dificultades son lo que nos fortalecen, pero con la inteligencia artificial, ¿por qué aprender algo complicado, como ordenar las ideas, cuando se puede hacer en segundos? Los padres crían a sus hijos, cuidando su burbuja de lo agradable. El mismo acto de pensar, por ser lento, es rechazado. Las cosas deben ser rápidas e inmediatas; incluso el ajedrez, un juego de pensamiento, ha tenido que tecnificarse y automatizarse para ser rápido y disfrutable. En la época del zapping, la dificultad, que implica lentitud, es desagradable.

Aquí la necesidad de un colectivismo confrontacional, complicado, que requiera pensar en todos a cada paso, que alce la voz y baje las manos. Que al menos haga llegar tarde o enfriar el café al dictador de turno, con piedras en las carreteras o llantas quemadas, bajo el miedo de ser llamado extremista !No vayan a tener gastritis o indigestión por el disgusto! Un colectivismo donde se discuta cada noche, y se avance lento sabiendo que las luchas no son agradables ni tan siquiera, a veces, alcanzables, pero son dignas de ser luchadas.

Miguel Humberto Tapia Salas
Activista en temas culturales y sociales en el sur peruano

Deja un comentario