Upanishads | Artículo

Por Erick Garay

Entre los años 1500 y 1200 a.C., se compuso en sánscrito arcaico el Rigveda, el más antiguo de los cuatro Vedas, los primeros textos de la literatura india, los cuales contienen himnos, cantos, oraciones e instrucciones rituales. Estos textos tradicionales desarrollaron el Vedismo, una religión anterior al Hinduismo. Aunque fuente del pensamiento en la India, su enfoque ritual y la cierta rigidez de su sistema, sumado a la aparición de doctrinas vecinas que generaban influencias, el Vedismo dio paso a una etapa de reflexiones y nuevas cavilaciones sobre la parte más filosófica y espiritual de su pensamiento.

Esta etapa se llamó Vedanta, “conclusión del Veda”, y sus nuevos conceptos se plasmaron en tratados espirituales llamados Upanishads[1], palabra que puede entenderse como aquella lección escuchada sentado en una posición inferior a la de aquel que la imparte. Los más antiguos datan de entre el 800 y el 400 a.C., y conforman más de un centenar. Juntos llegan a la extensión aproximada de la Biblia.

Me gustaría aquí hacer una pronta aclaración: yo no soy ni especialista en textos clásicos, ni estudioso de la filosofía ni de la religión. Soy un lector que se acercó a los Upanishads interesado en su aspecto literario y con alguna idea de su intrínseco humanismo, un lector que, además, quiso asomarse por primera vez al atrayente bagaje cultural de la India, y que intuía que en esos textos escritos en sánscrito en un pasado difuso por culturas que desconocía podría encontrar algo más allá del tiempo, algo que se halla en todos los grandes libros y que nos da bellas luces sobre la humanidad y hasta nos revelan algo de nosotros mismos.

Los Upanishads se hacen las preguntas que muchos nos hemos hecho constantemente: ¿qué es este gran todo?, ¿por qué su existencia?, ¿qué afinidades existen entre las cosas reales?, ¿cómo se conforma la urdimbre del mundo?, ¿qué relación tengo yo con él?

Upanishads. Edición de Penguin Clásicos

Sería necesario dar cuenta de algunos conceptos sobre la cosmovisión de diversas formas de pensamiento de la India, que están también en la doctrina upanishádica. Por ejemplo, podría decir que lo que nos rodea, el mundo que percibimos a través de los sentidos, es una ilusión, un mundo pasajero, la “maya”; que existe en los seres del mundo algo que deben cumplir como tales y que los realiza, el “dharma”, y que por ejemplo, el dharma del agua es fluir y el del viento, soplar. Podría dar cuenta de aquella ley según la cual el hombre cosecha lo que siembra, que las acciones de esta vida se reflejan en su vida siguiente, y tendrá bondad si hizo el bien, o pesares si fue malvado, ley llamada “karma”; y que el acto mismo de pasar de un ser a otro en una sucesión (tal vez) infinita, donde la esencia no muere con los infinitos cuerpos, se denomina “samsara”. Podría decir que esa esencia que nunca muere, que habita en el centro de todas las cosas y que está más allá de los límites del tiempo y de la vida, se llama “Atman”, y que la totalidad de esa esencia, que es una en todo el universo, se llama a su vez “Brahman”. Y que, así como el dharma del agua era el fluir, el del hombre es llegar a comprender la existencia del Brahman y llegar a ser uno con el Brahman, esto por medio de un proceso llamado “yoga”, con el cual, al acceder al UNO se libera de las ataduras de la maya y del samsara y alcanza la realización de su ser, su libertad espiritual y su salvación, es decir, la “moksha” o la “mutki”.

Pero más interesante sería detenerse en la belleza con que se plasman estas ideas en palabras: “Ese fuego que es el medio de alcanzar los mundos infinitos, y es también su cimiento, se halla oculto en el lugar sagrado del corazón”; “más pequeño que el átomo más pequeño, más grande que los vastos espacios”; “el camino es estrecho y difícil de andar, estrecho como el filo de una cuchilla”; “los necios persiguen los placeres externos y caen en las redes de la muerte de vasto abrazo”; “el Árbol de la Eternidad tiene sus raíces en los cielos, y sus ramas se adentran en lo profundo de la tierra”; “Samsara tiene lugar en la mente de cada uno. Por ello mantén la mente pura, porque el hombre se convierte en aquello que piensa”; “los sabios que, libres de deseos, adoran al Espíritu, traspasan la semilla de la vida en la muerte”;  “el OM de Brahman será entonces tu barca para cruzar los ríos del temor”; “el refugio infinito de todo”, “la raíz y la flor de todas las cosas”; “hay una Luz que brilla más allá de todas las cosas de la Tierra, más allá de todos nosotros, más allá de los cielos, más allá de lo más elevado de entre los cielos elevados. Es la luz que brilla en nuestro corazón”. “Tat Tvam Asi”: Tú eres Eso.

Existe el peligro de usar lo planteado por los Upanishads, tan vastos como el mismo mar en el que se diluye la gota de agua y se hace mar, para construir sendas reduccionistas e imprudentes: la primera es creer que debemos vivir en un perpetuo optimismo hueco, algo que muchos tratan de vendernos de mil formas posibles; la segunda es el ascetismo. “El Atman no es alcanzado (…) por aquellos que practican una austeridad errónea”.

Los Upanishads nos transmiten un mensaje de paz, una apuesta cuyo fuego de esperanza ha soportado los embistes de las acciones del hombre. Son, en fin, más allá de su concepción del mundo, y de sus términos (“las muchas palabras acarrean cansancio”) un espléndido canto al amor, al respeto, a la gratitud de lo que existe, a la paz y a la dicha que surgen del bien; un sereno asombro por la belleza de la verdad y una fe vitalizadora en el progreso y la bondad.



Muerte. Existe el camino de la dicha y existe el camino del placer. Ambos atraen al alma. Quien sigue el primero, llega al bien; quien sigue el placer, no alcanza el Final.

»Los dos caminos se abren frente al hombre. Cavilando sobre ellos, el hombre sabio escoge el camino de la dicha; el necio toma el camino del placer.

»Tú, Nachiketas, has cavilado sobre los placeres y los has rechazado. No has aceptado esa cadena de posesiones con la que los hombres se atan y bajo la cual se hunden.

»Existe el camino de la sabiduría y el camino de la ignorancia. Se hallan muy separados y conducen a diferentes extremos.

»Residiendo en medio de la ignorancia, creyéndose sabios y eruditos, los necios van de aquí para allá sin rumbo, como ciegos guiados por ciegos.

»Lo que yace más allá de la vida no se hace evidente a los infantiles, a los descuidados o a los cegados por la riqueza. «Este es el único mundo: no hay otro», dicen; y así van de muerte en muerte.

»No muchos oyen hablar de él; y de entre ellos, no muchos lo alcanzan. Admirable es aquel que puede instruir acerca de él, y sabio es aquel en disposición de ser instruido. Admirable es aquel que lo conoce cuando se le instruye.

»No puede ser enseñado por quien no lo ha alcanzado, y no puede ser alcanzado mediante el mucho pensar. El camino a él es a través de un Maestro que lo haya visto: Él es más elevado que los pensamientos más elevados; en verdad se halla por encima de todo pensamiento.

»Este conocimiento sagrado no se alcanza mediante el razonamiento, mas puede ser transmitido por un Maestro verdadero. Como tu propósito es firme, lo has encontrado. ¡Séame dado hallar otro alumno como tú!

»Sé que los tesoros pasan y que lo Eterno no es alcanzado por lo efímero. Así he dispuesto el fuego del sacrificio de Nachiketas y, quemando en él lo efímero, he alcanzado lo Eterno.

»Ante ti, Nachiketas, se han desplegado el cumplimiento de todo deseo, el dominio del mundo, la recompensa eterna del ritual, la orilla donde no existe temor, la grandeza del honor y espacios ilimitados. Con fortaleza y sabiduría has renunciado a todos ellos.

»Cuando el sabio deja reposar su mente en contemplación de nuestro dios más allá del tiempo, el cual mora invisiblemente en el misterio de las cosas y en el corazón del hombre, entonces se eleva encima de placeres y pesar.

»Cuando un hombre ha escuchado y ha comprendido y, encontrando la esencia, alcanza lo más profundo del ser, halla entonces la dicha en la Fuente de la dicha. Nachiketas es una casa abierta para tu Atman, tu Dios.

Fragmento del Katha Upanishad. Traducción de Joan Mascaró.

Versión actualizada del artículo publicado en la revista peruana Hecho Arte, n°2.

Pueden ver la presentación del artículo aquí:


[1] Se comenta la edición de Penguin Clásicos, 2015.


Erick Garay (Lima, 1997) es escritor y realizador audiovisual. Graduado en Comunicación Social por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ganador del concurso YoLeo y finalista del Huauco de Oro. Ha colaborado con el diario La República y varias revistas latinoamericanas. Está próximo a publicar su primer libro de cuentos.

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