Por Miguel H. Tapia
Dicen que se la comió un puma, pero es mentira.
En Yanapampa no es cómo acá, allá cuando llueve llueve de verdad. Cae tanta agua que hasta pesa caminar, las gotas son largas y tristes, caen sobre la calamina con fuerza, como un tambor, como si se pelearan con el mundo. Por eso cuando llueve nadie sale en Yanapampa. Las familias toman mate caliente con pan sentados frente al fogón de la cocina o se meten bajo las frazadas y se calientan uno con el cuerpo del otro. Hasta hay algunos que nomas buscan pareja para tener con quien acurrucarse durante las horas más frías de la noche, por eso la mayoría de los niños del pueblo festeja su cumpleaños entre diciembre y enero, nueve meses después de la temporada de lluvia.
Era jueves y amenazaba tormenta. Las nubes negras cortaban el animo de los pobladores, que desde las puertas de sus casas miraban el cielo con suspicacia. El pueblo parecía muerto. La única persona en las calles era María, que iba caminando con su sombra a cuestas, lenta y encorvada. Ya no le quedaba leña y tenia que preparar la comida.
A sus nueve años María era responsable de sí misma. Su padre llego con las primeras lluvias del año y se fue con ellas. Su madre trabajaba lejos, en la mina, y volvía sólo una vez al mes a dejar dinero. A pesar de todo eso, la niña crecía bien. Saludaba correctamente a todo el pueblo “tío”, “tía”, “buenos días”. Cocinaba y limpiaba y luego se iba al colegio porque era una niña estudiosa y ya iba en tercero de primaria y ya leía y escribía mejor que su madre y hasta sumaba sin usar los dedos e incluso era guapa porque ya se estaba redondeando su cuerpo de mujer y unos pechos tímidos y altivos se adivinaban bajo su blusa.
Dicen que se la llevo el puma, pero es mentira: María no tenia leña para cocinar. Era jueves y amenazaba tormenta.
Todos la querían. Mamá Flora se acordaba de ella cada que mataba una gallina, le convidaba un plato de caldo. Cuando tío Marcos preparaba un cuy le daba aunque sea una patita para que cascara, porque en casa de tío Marcos son muchos y lo que tiene no alcanza a llenar tantos estómagos, pero aún así le daba aunque sea una patita para que cascara; y cuando el fruto de los arboles maduraba, los niños le llevaban los mejores de entre los que sacaban a hurtadillas de las chacras.
Es que era un gusto ver como crecía, tan aplicada y agradecida. Tenía una forma muy linda de recibir las cosas, bajaba la mirada y decía “gracias” con una voz quedita, quedita, que casi no se escuchaba. Pero se le veía la alegría en los ojos. Y es que era un gusto verla comer, ¡si hasta daba más gusto verla que comer! Por eso le invitábamos lo poquito que tuviéramos, porque la María aunque pequeña y flaquita siempre tenia hambre. A lo mejor por eso salio a buscar leña estando el cielo tan negro y amenazando tormenta.
Se fue por el lado del cementerio. Iba juntando ramitas, pero únicamente quedaban las pequeñas o las verdes, esas que sólo sirven para hacer humo, las que nadie quiere. Porque todo el mundo pasa por el camino grande y en un pueblo como Yanapampa la leña es valiosa y escasa y vaya a donde vaya la gente anda con la mirada gacha buscando algo que pueda quemar. Por eso se salió del camino y se metió al monte: por la leña. Nosotros teníamos algunos atados, pero no nos pidió leña prestada, se la hubiéramos dado con todo y saber que no nos la devolvería, a pesar de que no teníamos suficiente ni para nosotros, se la hubiéramos dado pero no nos la pidió. Así era María, nunca pedía nada, se contentaba con lo que tenia. Hasta en eso se hacia querer.
Hasta el monte la salimos a buscar, porque la salimos a buscar en la noche, cuando nos dimos cuenta que no estaba en su casa.
Mamá Flora iba a llamarla para que cene con nosotros, pero no estaba. Mamá la espero sentada en la puerta, mojándose con el salpicar de las gotas, ya que ya había empezado a llover, una hora, dos horas espero, hasta que el corazón le dijo que había que salir a buscarla y que no la encontraríamos.
Hasta el monte la salimos a buscar, bajo esa lluvia con gotas como agujas meláncolicas que traspasan hasta el ánimo, la buscamos hasta el monte, pero por ahí la mala hierba hace difícil caminar. Los adultos se hundían hasta la cintura en sillcahui y los más pequeños no podíamos ni avanzar. Ni un machete habíamos llevado. La buscamos toda la noche, pero no había forma de encontrarla en el monte. Así y todo seguimos buscando. A la María todos la querían.
“Se la llevo el puma” nos dijeron los Pumacayo cuando les preguntamos. Ni siquiera se sacaron la coca de la boca para contestarnos. Seguían chacchando tranquilamente y nos mostraban una bola verdusca y pestilente al abrir la boca. Y tan tranquilos dijeron “Se la llevo el puma” y luego se quedaron callados.
Los Pumacayo vivían en el monte, fuera del pueblo, no había camino que llegara a su choza. Eran los que vivan más cerca de por donde sabíamos que se había ido María, por el camino grande. Por eso nos acercamos y les preguntamos si habían visto a una niña vagar por el monte, les dijimos que tenía once años y que era una buena niña, y que bailaba en los carnavales y que iba con el uniforme del colegio porque no tenía otra ropa que ponerse y yo hasta les dije que la quería, porque yo la quería. Todo eso dijimos y les preguntamos si habían visto a una niña vagar por el monte. Ellos nos miraron en silencio mientras chacchaban hasta que el menor tras soltar un escupitajo dijo: “Se la llevo el puma”, pero era mentira.
Los Pumacayo vivían detrás del monte porque eran malas personas. Se habían enemistado con todos los comuneros, eran peleanteros y bebedores y hasta abigeos se decia que eran. A todos y cada uno de los habitantes del pueblo le habian hecho una maldad. Por eso se fueron, por miedo, por que por muy pacifico que sea el pueblo llega un momento en el que la gente se cansa. Y a los Pumacayo ya nadie los aguantaba. Así que se fueron.
Yo seguí buscando a María por el monte. La buscaba aunque sabia que no la iba encontrar porque era mentira lo de los Pumacayo. Y no encontré nada, y por eso digo que es mentira. Por que María fue buscando leña y donde dijeron que andaba no había ni un palo para prender el fogón. Además, era jueves y llovía. Y en Yanapampa cuando llueve no es cómo acá, allá si llueve te escondes, Y por ahí el único techo es el de los Pumcayo, ni siquiera hay arboles bajo los que guarecerse, sólo lo de los Pumcayo. Y la María a pesar lo buena que era y con lo poco que les gustaba pedir a lo mejor no pudo aguantar la lluvia y fue a tocar la puerta de la choza. Y lo que creo que paso es mejor ni decirlo. María era lista y hasta era guapa, porque su cuerpo de mujer se estaba redondeando y unos pechitos como limones se adivinaban bajo su blusa. Por eso digo que es mentira que se la llevo el puma.
Eso es lo que creo, pero ya ni como saberlo, a los Pumacayo sí se los llevo el puma, eso dice Mamá Flora y eso dicen todos en Yanapampas así que es cierto. Debió ser un puma muy listo, porque cuando murieron los Pumacayo se escucharon dos disparos. Debió ser un puma con escopeta.